Pensar localmente lo papal. Bergoglio, los linchamientos, el barrio “Papa Francisco” y una dirección conservadora de las masas en Argentina

Ariel Pennisi es docente de la Universidad Nacional de Avellaneda, ensayista, editor, coordinador académico de la Maestría en Estéticas Contemporáneas Latinoamericanas (Undav). En un libro que sale el mes próximo en Argentina ( editado con Adrián Cangi) y centrado sobre los casos de linchamientos ocurridos en los meses pasados, Pennisi comenta las palabras del Papa, quien se pronunció’ sobre el asesinato de David Moreira, un joven de dieciocho años asasinado en Rosario por una multitud el Marzo pasado.

“Me dolió la escena. Fuenteovejuna, me dije. Sentía las patadas en el alma. No era un marciano, era un muchacho de nuestro pueblo; es verdad un delincuente. Y me acordé de Jesús ¿Qué diría si  estuviera de árbitro allí? El que esté sin pecado que dé la primera  patada “Me dolía todo, me dolía el cuerpo del pibe, me dolía el corazón de los que pateaban. Pensé que a ese chico lo hicimos  nosotros, creció entre nosotros, se educó entre nosotros”.  ¿Qué cosa falló? Lo peor que nos puede pasar es olvidarnos de la escena. Y que el Señor nos dé la gracia de poder llorar…  llorar por el muchacho delincuente, llorar también por nosotros.”

Pennisi va más allá de los muchos que se han referido a las palabras del Papa. Rechazando una empatía sobreactuada, logra en pocas páginas restituir a sus lectores el sentido de los múltiples mensajes que contiene su intervención y resucitar ese Bergoglio profundamente político, escondido por la estrategia de la maquinaria comunicativa papal. El eclesiástico y peronista de derecha -que tuvo un rol principal en la Iglesia argentina de las ultimas décadas- aprovecha la estatura publica que el trono pontificio le garantiza, a fin de promover su visión popular-conservadora del continente sudamericano.

Muchos comentaristas de izquierda han apreciado las palabras del Papa, consideradas al menos un “freno” a la justificación de la derecha argentina de los linchamientos:

Creo que este Papa es una figura compleja, tanto por el hecho fundamental de la renuncia de Ratzinger que habilitó su elección por parte de la cúpula eclesiástica, como por el momento que atravesaba la Iglesia como institución en un contexto de reconfiguración de las relaciones globales y de las subjetividades. Al mismo tiempo, Bergoglio es un personaje con historia propia y, desde el punto de vista nuestro, es decir, local, tiene una incidencia importante en la política. Entonces, el hecho de que “comentaristas” considerados progresistas o de izquierdas vean con cierto beneplácito la elección de Bergoglio por parte del Vaticano y la gestualidad de “Francisco” recién asumido, refiere a un nivel de la cuestión que no es el más importante y, de hecho, si se agotara ahí el análisis significaría una simplificación exagerada.
Entonces, como en uno de los niveles de análisis, se trata del Papa argentino incidiendo en la opinión pública local, sus dichos sobre los linchamientos y –agrego– su espantosa sobreactuación ante el desalojo violento por parte de las policías del asentamiento que, justamente, se hizo llamar “Papa Francisco”, deben ser pensados en términos de la trama histórica argentina y del modo en que se produce sentido actualmente. Ser de izquierda o de derechas para referirse al Papa no dice mucho, sus intervenciones deben ser pensadas en el plano en que él mismo las despliega, es decir, la retórica y los medios de comunicación. ¿Qué percepciones moviliza? ¿Qué pulsiones interpela? ¿Qué efectos subjetivos deja (si nos permitimos, en este punto, exagerar un poco)?

 
“Vox Populi, Vox Dei”, en la primera parte de tu texto relacionas las palabras de Bergoglio con su comportamiento durante la última dictadura, vinculado al secuestro y posterior exilio de los curas jesuitas Jalics y Yorio, con su rechazo a nombrar específicos responsables al ser interrogado como testigo, como un perdón colectivo de huella católica en el cual las responsabilidades individuales se diluyen:

Tal vez, la asociación que el texto fuerza suene aventurada. Es decir, la relación que establece entre la forma que adoptó la declaración de Bergoglio ante la justicia en 2010 (tras varios años de negarse a declarar) y sus frases en torno a los linchamientos. Creo que en ambos casos, más allá de la diferencia de circunstancias, prevalece una forma de intervención discursiva que, en tanto práctica, hace flotar las responsabilidades materiales en hechos de represión y violencia social, por un lado y vuelve equivalente, por otro, la “violencia” que involucra a actores que chocan en desigualdad de condiciones. Evitar los nombres en una declaración sobre desaparición forzada de personas y volver equivalentes las situaciones de “víctimas” de linchadores y linchados puede tener como correlato práctico, por un lado, el ocultamiento de parte de la trama concreta de relaciones, del mapa de vínculos que materialmente fue necesario para llevar adelante el sistemático secuestro de personas, asesinatos y otras atrocidades perpetradas por el gobierno de facto con la absoluta complicidad de la Iglesia Católica argentina y, por otro, desresponsabilizar a los linchadores y a sus cómplices virtuales, al tiempo que justificar discursos estigmatizantes que él mismo reproduce cuando distingue entre “nosotros” y “el muchacho delincuente”. Entonces, no se trata solo de responsabilidades individuales (que las hay), sino más profundamente del rebrote de microfascismos que forman parte de los pliegues de la vida cotidiana argentina y que nos llama a estar atentos y promover la problematización de estos hechos y su conexión con nuestra historia y nuestra cultura.

Utilizando el “nosotros”, además, el orador no entiende favorecer una real experiencia del “otro”, más bien fortalecer la imagen de dos categorías distintas de “chorros” y “buena gente”…

El punto de enunciación de las palabras del Papa es el mismo que el de los linchadores. Más allá de la obviedad de su repudio a los linchamientos y de su obligada corrección política, el problema es la construcción enunciativa desde la enunciación misma, es decir, las condiciones materiales de la posición desde la cual dice lo que dice. Como ejercicio, nos podemos por un momento ubicar en esa posición… ¿Qué vemos? ¿Qué sentimos? El alivio no tarda en llegar, cuando nos damos cuenta que estamos del lado correcto, que la misericordia nos asiste para absolvernos absolviendo a su vez a los demás, que todo se resume a una cuestión de pasiones agitadas e injusticias sociales tan fáciles de mencionar como imposibles de modificar. Es decir, que ese “nosotros” al que nos invita el Papa es el de una posición moral abstracta que se abstiene del intento de comprender los entramados materiales como condición de posibilidad de los linchamientos, al tiempo que confunde las violencias, como si fuera equivalente la situación de hurto –que, claramente, nadie convalida– al asesinato de una persona por un grupo de manera, como mínimo, pseudopremeditada. El tema de la “premeditación” es, en este caso, complejo, ya que no hay plan, pero de ninguna manera se puede hablar de una espontaneidad de “buenos vecinos” que son víctimas de las circunstancias. En todo caso, hay racionalidades concretas que se forman con el tiempo y que incluyen discursos y actores concretos que operan en su favor y que, no actúan en las sombras, sino que forman parte de las tramas perceptivas que se tejen en los medios de comunicación, en las redes sociales, en las conversaciones “de ascensor”… Se intenta borrar esa profunda y dolorosa trama que, en el fondo, tiene más que ver con la vida “normal” que con excepciones escabrosas. No le pediría al Papa que se vuelva un analista de los dramas argentino, pero como tomó la palabra y su palabra es hoy incuestionable para la mayoría de sus interlocutores en nuestro país (y no solo), creo importante señalar los elementos que conforman su práctica mediático-discursiva, al menos para alentar cierto debate al respecto.

Vos tratás también una otra cuestión. El Papa cita la rebelión popular del pueblo de Fuenteovejuna teatralizada por Lope de Vega, “Fuenteovejuna, me dije…”:

Nuevamente, se trata de una cita que el Papa pone en juego sin explicar cómo estaría dado el vínculo entre los linchamientos en Argentina y la obra de Lope de Vega. Creo que hay que tomarse en serio el planteo del Papa y averiguar qué vínculos o no podrían dilucidarse. La lectura que propongo muy sucintamente en el texto muestra una inversión que tiende a volver el comentario del Papa muy vago. “Fuenteovejuna” es la historia de una rebelión popular con una ejemplar participación femenina, ante los abusos de un mandatario, de un tirano… Los linchamientos, según algunos de los planteos del libro que estamos publicando, más bien tienden a reforzar un principio de autoridad generalizado y naturalizado, algo así, como nuestro tirano interior. La situación es, no solo distinta, sino inversa a la planteada por el Papa. Los villanos de Fuenteovejuna (“villanos” por habitantes de la villa) forman una comunidad cuando deciden no obedecer más y organizarse por su cuenta, estrechando lazos y preguntándose en una asamblea por su propio destino. Hoy, la palabra “villano” goza de muy mal prestigio y, en nuestro medio, la palabra “villero” corre con una suerte parecida… De hecho, los linchadores y sus cómplices virtuales (hay que recorrer las redes para observar las brutalidades que se dicen al respecto y el horrendo goce que se lee en esos dichos), aman más a la autoridad que a las personas, desbordan de resentimiento y llevan a flor de piel un veneno que parece condensarse día a día, en una muy ambigua vida cotidiana que, al tiempo que defienden ante actos delictivos menores, es objeto de queja permanente. Rezongan y se resignan, explotan con fervor asesino en la calle y sobreactúan una felicidad de Facebook… Estos hechos no pueden quedar impunes y es imprescindible que los problematicemos porque dicen mucho del estado de nuestra cultura y de la atmósfera subjetiva que toma (¿nuevamente?) a parte de nuestra sociedad.

Parece que el Papa hable directamente a la sociedad argentina entonces. ¿Qué efecto político tuvo su elección?

“Papa peronista” conecta una historia evangélica del peronismo (hay que revisar, dice Horacio González, Perón y el mito de la nación católica, de Loris Zanatta) con la condición de cuadro político de Bergoglio. Su última actuación política explícita fue en 2002 cuando promovió con Duhalde la “mesa del diálogo”. Ahí estaban los poderosos de la industria, la dirigencia peronista y el campo sentados para decir que representaban al conjunto del pueblo argentino, mientras que el reverso del tan mentado diálogo fue la represión –para quienes evidentemente o no aceptaban los términos del diálogo o no eran considerados parte del pueblo argentino– y los consecuentes asesinatos de Kosteki y Santillán.
La historia de Bergoglio en el peronismo tiene un peso. La formación del grupo Guardia de Hierro y la orientación que mantuvieron sus integrantes, así como sus buenas relaciones con los militares durante la última dictadura. “Papa peronista”, pero no de cualquier peronismo… sino de Guardia de Hierro. Hay una impronta cristiana de moralidad que se entremezcla con el peronismo como forma de gobierno, lo que nos devuelve una estructura de poder extremadamente conservadora, con ribetes represivos.
Vale recuperar el planteo de Horacio González que, contra viento y marea, es decir, a pesar de los suyos y ante las críticas de los adversarios, no dejó de señalar problemas fundamentales. Dijo, en una entrevista (cosas que ya se le escucharon en la Biblioteca y se le leyeron en un artículo en el diario): “que por esa vía se haga una disputa de la dirección moral e intelectual de las masas populares que termine tornándolas conservadoras y limitando al extremo, sino hasta la desaparición, los movimientos sociales que han surgido en los últimos años y que seguirían existiendo, pero ya bajo el control de alguna oficina del Vaticano” y “que la discusión sobre los años setenta, que origina juicios, un intento de la sociedad de rehacerse a través de las estructuras formales de la Justicia, estas también renovadas a partir de tener una sensibilidad ante estos hechos que antes no tenían, sea también otro ciclo que pueda cerrarse.”

Concluís evocando una especie de agenda papal a medio plazo para la región, con fuertes tintas de conservadorismo popular y especulando sobre el real significado de su mensaje a los jóvenes “Hagan lio”…

En algún punto, si nuestro panorama social y político, que supuso grados de apertura importantes desde 2001, y atravesó dilemas complejos durante la recomposición de una gobernabilidad inestable que incluye al partido gobernante, actores fuertes de la economía y medios de comunicación, vivimos en estos momentos la antesala de un nuevo viraje. La forma que el peronismo tuvo de medirse con la irrupción de 2001 dio como resultado un gobierno complejo que reúne la más rancia tradición partidaria y gubernamental con instancias de interlocución interesantes con actores sociales que protagonizaron la resistencia durante los ’90 y se hicieron más visibles en aquellas jornadas callejeras. Este forcejeo, sumado a los linajes de algunos componentes del gobierno abrió el panorama legislativo y demarcó un comportamiento ejecutivo respecto de la economía permanentemente interesado en diferenciarse de las políticas neoliberales de los ’90. Sin embargo, el neoliberalismo no es un programa disponible para quien simplemente se aboque a aplicarlo, sino un conjunto de formas de relación, muy presente en la trama argentina (como en la mundial). Es así que la estructuración de la forma de producir riqueza y la incidencia de los agentes económicos más importantes tienden a la concentración de los recursos (naturales, humanos, comunicacionales) y a importantes niveles de dependencia de factores financieros que están entremezclados en la trama productiva y en el Estado mismo. La pobreza del actual gobierno, que no pocas veces señala problemas de manera pertinente, consiste en la ausencia de la multiplicidad de actores que hacen a la vida política y económica y que no conforman esos grandes bloques dominantes ni se ciñen a sus lógicas. Cada problema que aparece con fuerza como agenda prioritaria pone al gobierno a exhibir gestos, encauzar buena parte de sus energías en una pedagogía reduccionista y, finalmente, delegar la resolución de los conflictos en cuadros técnicos con mejor y peor imagen en los sondeos. Por otra parte, la mayor parte de la oposición, extremadamente conservadora, no hace sino seguir ese juego mostrando impúdicamente sus miserias y su incapacidad para leer lo que pasa. El contexto en que se dan estas situaciones es el de un país que se repuso de la crisis laboral en que lo había dejado la década del ’90 (que ahora tiene sus candidatos con Scioli, Massa y Macri, entre otros), pero atado al monocultivo de la soja, el extractivismo brutal de sus recursos, a estériles discusiones sobre si el salario debe o no ser considerado ganancia y a un nivel de pobreza altísimo solo si nos atenemos a las condiciones dignas necesarias de reproducción material de la vida y ni hablar si pensamos en horizontes de sentido. El problema central, entonces, pasa por cómo ampliar el registro de nuestra democracia habilitando la participación de todos los actores que sostienen difíciles cotidianos, que reinventan formas de relación social y económica, que operan nuevos saberes, que intervienen en sus campos específicos (enseñanza, industria, economías regionales, ciencia, comunicaciones, etc.) y que suponen márgenes de transformación de la vida política. ¿Cómo seguimos viviendo, actuando y discutiendo nuestro país si hay millones de entre nosotros que viven al límite de la humillación? ¿Qué hacemos con el problema de la vivienda, la urbanización y el acceso a la ciudad? ¿Qué imagen de la pobreza producimos y qué consecuencias tiene? En el discurso del Papa, que no dista de un sentido común propio de programas televisivos sensacionalistas, parece haber pobres buenos y pobres malos. Aunque desde otra perspectiva, la categoría de “pobre” puede ser cuestionada para pensar en términos de conflictividad. El embate no se hará esperar y se referirá a los “conflictivos” para aislar a aquellos considerados indóciles de los otros que, por el momento, parecen más tranquilos…
En este último punto veo, especialmente, un problema serio con la intervención del Papa que, si bien puede derivar en reapropiaciones potentes, no deja de llamar la atención y llamar a cierta cautela al respecto. En concreto, es necesario preguntarse si esta suerte de revival de la caridad no tiende a desmovilizar las tendencias que atraviesan a los sectores populares en el sentido de una búsqueda activa por cambiar su situación y, con ello, la situación del país. ¿No se corre el riesgo de cierta obturación de la conflictividad? La Iglesia tiene una larga tradición y el peronismo una extendida territorialidad, juntos forman un cóctel que nos debe mantener alertas, si sumamos la potencia comunicativa particular de este Papa. Porque si su eslogan “hagan lío” va dirigido a los fieles que no cuestionan el statu quo mundial y que, de hecho, piensan desde sus categorías, ¿qué hay de los que luchan? ¿Y qué de los que vive al límite? Para unos “hagan lío”, pero, por ejemplo, a los desalojados con violencia policial, justo esos que (¿estratégicamente?) nombraron su precario espacio “Papa Francisco”, les dirige sus condolencias, los acaricia con lágrimas… ¿Por qué no llamó por teléfono a Macri o a Berni (o directamente a la presidenta) para que frenaran su accionar brutal? Por un lado, revolucionó la Iglesia pero, por otro, no puede hacer nada… Esto huele al conformismo armonioso y siniestro de las épocas en que se mantiene el conflicto a nivel de una cierta tolerancia, con ayuda de discursos estigmatizantes y represión policial.

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